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13 noviembre 2014

SOBRE LA LOCA, MUY LOCA, HISTORIA DEL ZEBRO:

“...un animal que parece caballo, pollino y mulo y nada de eso es...”                               (Martín Sarmiento, 1752)



Vaya por delante que me había propuesto no dedicar una entrada a este asunto, pues la fascinación que el tema suscita hace que no escaseen los blogs que ya trataron sobre este enigmático animal, algunos de ellos ciertamente muy buenos. Y ya ven, aquí estoy “haciendo gala” de coherencia como siempre, pero tras años de fascinación y lectura sobre el zebro me he decidido a escribir esta entrada para retomar mi viejo blog, nunca olvidado, en la que espero poder aportar algún dato nuevo y sobre todo ordenar la, a mi juicio, un tanto enrevesada información que se ha publicado hasta el momento. Para ello he dedicado bastante esfuerzo en beber de las fuentes originales. 

Para aquellos que no hayan oído antes hablar del término cebro, (=encebro, =cebro,=zebro) les diré que designa a un équido salvaje que bien pudo vivir en Iberia hasta entrado el siglo XVI.  Largo tiempo ignorado por la ciencia y cobijado en páginas olvidadas de la historia, su identidad taxonómica resulta todavía incierta. De su existencia sabemos por numerosas crónicas medievales que lo mencionan en relación a su caza, consumo o uso medicinal.  También en la toponimia da fe de su presencia tanto en España como en Portugal, en el norte con nombres como Piedrafita do Cebreiro ( Lugo), Auga dos Cebros (Pontevedra), Vegacebrón (Asturias), Zebreira (Idanha-a-Noval),  Monte dos Zebros (Beira Baixa), Vale da Zebra (Ribadetejo), Ribeira de Zebro (Moura), por el Este hasta Teruel en Valdencebro, el Abrigo de los Encebros (Alacón), por el Centro Peninsular , Cebreros (Avila), Acebrón (Cuenca) y por el Sureste, Los Encebros (Chinchilla), Encebras (Alicante) y Las Encebras (Murcia). Reuniendo las citas y topónimos deducimos que  se trataría de un caballo veloz, de perfil convexo, pies débiles, capa de color gris ratón, con raya dorsal o de mulo,  orejas grandes, grupa caída, relincho propio de yeguas, y un aspecto triste y apocado, que habitó preferentemente en espacios abiertos de pradera y matorral, donde podía escapar a la carrera, al sur de la Cordillera  Cantábrica y del Sistema Ibérico.

Puede que a algunos de ustedes no les sorprenda en demasía el imaginar équidos salvajes trotando libremente en las llanuras de la España renacentista, pues acostumbrados a oír y ver documentales de los caballos asturcones, retuertas, sorraia, exmoor o dülmen como de auténticos caballos salvajes, la cosa no parece tan novedosa. Pero ninguno de estos caballos es realmente salvaje, se trata sin excepción de razas domesticadas que viven en semilibertad, a menudo en enclaves de no gran extensión. A día de hoy la única especie de caballo (Equus ferus) genuinamente salvaje y no extinta es el przewalski.  Para que se hagan una idea, a efectos de un zoólogo, es algo así como decir que el mamut habitó el centro de Europa hasta el siglo pasado y que la ciencia no se enteró.

Martín de Cantos, arcipreste y cronista de Chinchilla (Albacete), nos legó en 1576 la que quizás sea  la descripción más extensa y conocida  de la especie. La “enzebra” es descrita dentro de una relación de las piezas de caza en tierras del Marquesado de Chinchilla:
“...criase en esta tierra muchos benados, corços, gatos monteses y algunas vezes se hayan puercos y cabras monteses. Una espeçie de salvagina ovo en nuestro tienpo en esta tierra que no la a avido en toda España sino aqui que fueron enzebras que abia muchas y tantas que destruian los panes y senbrados. Son a manera de yeguas çenizosas de color de pelo de rata, un poco mohinas, relinchavan como yeguas, corrian tanto que no avia cavallo que las alcançase, y para aventarlas de los panes los señores dellos se ponian en paradas con caballos y galgos, que otros perros no las podian alcançar, y desta manera las aventaban, que matar no podian por su ligereza”.

La última cita que tenemos del animal data de 1579 en la relación topográfica de la Roda donde se menciona su extinción
 «A pocos años que se acabo la caza de los venados que avia muchos y podra aver quarenta años que avia muchas enzebras en termino desta villa y se a acabado ansi mismo la dicha caza»

La Roda por entonces se encontraba dentro del enorme sistema lagunar que existió en la actual ciudad de Albacete, y correspondía por tanto a llanuras y pantanos. Aunque parece existir alguna cita posterior para Extremadura. En conjunto, las citas medievales sobre el cebro son demasiado numerosas y fiables como para pensar en fábulas y leyendas. No me extenderé en ellas, en el listado bibliográfico encontrarán algunos trabajos que incluyen una extensa recopilación de las mismas. Sabemos por ellas, dónde vivía, cómo se cazaba, cómo se cocinaba, sus usos medicinales, que su piel (el tuérdago) era apreciada para el cuero,  incluso cuánto costaba su carne : “la libra de carne de zebra, tres dineros pepiones e meaia, e no mas”. Pero, con todo, ningún texto aclara definitivamente lo que era: si caballo, cebra, onagro o asno. Por lo que a lo largo de la historia se  han planteado diversas teorías sobre su auténtica identidad:

  1. El término zebro se referiría a manadas de caballos, quizás asnos, cimarrones que escaparon de sus corrales y, al igual que los mustangs americanos, establecieron poblaciones asilvestradas  en amplias áreas de la por entonces bastante deshabitada Península. Que es la hipótesis dominante en el mundo anglosajón.
  2. El término zebro no alude a un caballo sino al hemión europeo Equus hydruntinus. Un équido con amplia presencia en el registro pleistocénico europeo y que se creía extinta desde el calcolítico, pero que al parecer mantuvo poblaciones en Iberia hasta bien entrado el medievo. Esta hipótesis es defendida principalmente por arqueólogos en base a la asignación al zebro de diversos restos óseos hallados en yacimientos del calcolítico y medievo.
  3. El término cebro alude a un genuino caballo salvaje que subsistió en iberia. Se trataría quizás incluso de una nueva subespecie, el tarpán ibérico (el Equus ferus lusitanicus). Esta teoría es defendida principalmente por los expertos ecuestres portugueses e historiadores del mundo antiguo.
Ante la falta de pruebas irrefutables decantarse por una de estas teorías ellas no es sencillo, todas cuentan con acérrimos seguidores y tienen su parte de lógica. Lo único cierto es que hasta ahora no ha existido una solución definitiva al problema. Puede extrañar que tal  circunstancia no se halla producido, pero realmente la evidencia física rescatada no es mucha. Aunque los restos paleontológicos atestiguan claramente la existencia de caballos salvajes  y hemiones en Iberia durante todo el Pleistoceno, los restos posteriores son muy escasos y fragmentarios,  como un simple diente o un trozo mínimo de cráneo. Sobre esta base resulta muy difícil determinar el género de équido en cuestión, más aún diferenciar si se trataba de una animal salvaje o doméstico. Sólo recientemente la genética está desvelando el misterio y espero esa sea mi contribución a la larga lista de posts que me antecedieron en esta tarea. Empecemos pues con la labor.

I El dictamen de la filología: ¿De dónde procede el término?


Quizás la propia etimología del término cebro (zebro, encebro) pudiera aclararnos su significado original, pero en su lugar, aquí ya comienza la discusión entre autores. El primer DRAE (1729) indica que la voz puede provenir del latín  “jumentum silvaticum” mientras que en el Diccionario de Autoridades señala  “...puede derivarse del nombre cierva, porque imita mucho su velocidad; pero es más natural que sea arábigo respecto de criarse este animal en el África, y servirse de él los árabes más que otras naciones”.  La siguientes revisiones del DRAE ni lo mencionan, hasta la de 1884 donde se dan por buenas las elucubraciones del notable erudito Fray Martín Sarmiento, en las cuales negaba el origen latino o árabe de la palabra y afirmaba  que el término procedía de la  voz de origen etiópica “zécora” traído a España por los árabes y hebreos. Volveremos sobre este autor y sus “Disertación sobre el animal  zebra” más adelante, pero de momento baste decir que esta atribución es un disparate pues nace de la confusión del zebro con la cebra y de ésta con el onagro.  Esto es; de confundir nuestro animal enigma con las cebras africanas que bien sabemos nunca habitaron nuestra Península, algo que ya objetó  Graells en 1897.

Macho y hembra de zebra según ilustraciones de
George Edwards en su Gleanings of Natural History. 
Se cree que Sarmiento tuvo acceso a estas láminas
 y que pudieron contribuir a su confusión 
del onagro y la cebra como el mismo animal.
Pero el DRAE estuvo repitiendo el desliz en las sucesivas ediciones hasta nada menos que 1956 en la que por fin se acepta el origen latino del vocablo, algo que Joaquim Silveira ya había propuesto hacia 1946, esto es; como procedente  del latín “equiferus”. Para entonces un gran número de eruditos habían reproducido tal confusión en numerosos escritos y tratados. En definitiva hoy se admite que  el término zebro (=encebro, =cebro)  procede del latín equiferus -caballo salvaje- romano. Su evolución bien pudo ser:  /ekíferum/: ecíferu > ecifru > ecefru > ecebru > ecebro > cebro.  Este nombre puede aparecer también con su forma más antigua “ecebro”, al que por ultracorrección suele insertarse una ‘n’ como “encebro”, y presentarse con las grafías ‘z’ y ‘ç’ en lugar de ‘c’.


Así pues, la clave del zebro parece residir en el término equiferus. Sobre éste sabemos  que los primeros romanos que visitaron Hispania por el siglo I a.C mencionaron la presencia de ““... equi feri in Hispania citeriore regionibus aliquot(hay caballos salvajes en algunas regiones de la Hispania Citerior; Varrón) pero para el siglo I d.C. ya se había establecido la contracción  “equiferus”. Este neologismo constituye un término técnico más preciso que pone de relieve que se trata de un animal distinto al equus o caballo doméstico, aunque perteneciente al mismo género o especie, así como el lobo (lupus) lo era del perro (canis), (Pascual Barea, 2008). Sabemos que el término latino equifero/-ri/-rus  se refiere a caballos salvajes,  ya que usado como adjetivo “ferus equus” hacía referencia a la bravura del animal, así mismo  los romanos conocían dentro de su imperio a los hemiones a los que denominaban “onager” (onagro) y los distinguían además de los asnos africanos (asinus), aunque pensaban que los primeros eran la contraparte salvaje de los segundos. En conclusión, según etimología, zebro debería designar a un genuino caballo salvaje. Si además, tuviéramos una descripción latina del equifero que coincidiera con la del romance medieval del zebro esta atribución etimológica ya hubiera aclarado el asunto por sí sola, pero no es el caso.

Este problema semántico también podría haberse resuelto comparando la traducción  de nuestro “encebro” con su equivalente en otras lenguas romances que más claro tuvieran su significado. Pero el “zêbro” (=zêbra; =zebrum) portugués, el idioma del otro país habitado por el esquivo équido, sufre de no menor confusión semántica. Todo un congreso de la Academia das Ciencias de Lisboa sobre la identificación de la palabra Zêbro, Zêbra, Zebrum no es capaz de resolver el problema. La palabra es considerada como sinónimo de ciervo pero también como buey, vaca  y cabra (NUNES, 1921-1922). De manera que el portugués, más que aclarar, introduce mayor incertidumbre al problema, por contra en otras lenguas romances como el Galego existen sugerentes términos como “cebreiro” con la connotación  de puro, sin mezcla u original.

II  La confusión histórica

Ilustración medieval de un onagro
Para complicar más el asunto del étimo, en algún momento de la Edad Media, comenzó a confundirse el equifero con el  onagro, otro équido salvaje, en realidad distinto al caballo y al asno. Así en siglo VI Venancio Fortunato ya usa erróneamente “onagro” para referirse a los caballos salvajes que se cazaban en el norte de Francia. Sabemos perfectamente que no existían onagros en las Árdenas sino caballos salvajes. El onagro se habia hecho conocido por todos a  través de la transmisión de obras como el Physiologus antiguo del siglo II dC y el Bestiario medieval, que lo situaban a caballo entre lo mágico y lo mítico, pero sobre todo por la la traducción y copia vernacular de la Vulgata. Parece ser que, en la medida que las últimas poblaciones europeas de equiferos se extinguían, los eruditos se veían en la tesitura de traducir este término y, siendo ya el onagro el único équido salvaje conocido, pensaron debía tratarse del mismo animal. Error que se fue copiando incunable tras incunable.

La evolución del étimo se hace especialmente patente a través de las sucesivas traducciones de obras clásicas como la de Plinio  "Medicinae ex animalibus" (libros 28-30) en la que inicialmente se incluyen remedios medicinales obtenidos a partir del “equus”, del “equiferus”, del “onager” y del “asinus”. Con el tiempo, las copias y compendios omiten aquellos remedios que los autores consideraron ya no sería posible obtener o bien atribuyen al onagro las propiedades medicinales del equifero. Así  el manuscrito de Lucca de siglo IX (Biblioteca Statale) omite los procedentes del caballo, otras omiten el capítulo del equifero, o incluso sólo contienen las "curae ex hominibus" (curas procedentes de hombres) (Pascual Barea, 2012). En algunas copias tan posteriores como en el manuscrito italiano del siglo XIII conservado en la biblioteca Wellcome de Londres, todavía se dispone de ilustraciones de los cuatro tipos de équidos, las cuales reproduzco por su notable interés, aunque debe aclararse que, dada su procedencia, muy probablemente este equifero represente al caballo salvaje del centro de Europa, quizás de los Alpes.

Imágenes de equidos representadas en la traduccion medieval de la obra de Plinio Medicinae ex animalibus conservada en la Biblioteca Welcome de Londres. Arriba izquierda representación del equifero (equiferus), arriba derecha caballo (equus) , abajo izquierda el onagro (onager) y abajo derecha el asno (asinus).

En España se da una vuelta de tuerca más. Como hemos visto, aquí el término latino equifero no desapareció  sino que evolucionó hacia el romance ezebro,  término desconocido en el resto de la romanía. En el siglo XIII Alfonso X el Sabio en su "General Estoria", obra en la que se introducen al castellano  numerosos préstamos de origen culto y se realiza numerosas aclaraciones terminológicas,  establece la equivalencia enzebro = onagro:
"E dize Jerónimo e maestre Pedro que le llaman en el ebraico fara, e fara quiere dezir tanto en el nuestro latin como onager; e onager dezimos nos que es en la nuestra lengua por asno montes o por enzebro. E sobre esto dize Metodio que es dicho esto, los asnos monteses o enzebros e las corzas que vernán del desierto con la su crueleza a la crueleza de las otras bestias todas...". 

De manera que en España nuestros eruditos suponen que si la traducción de fara es onager o asno salvaje, lo más parecido en España a un équido salvaje son las enzebras por lo que deben ser lo mismo y al final acaban dando al zebro la definición que los comentaristas bíblicos daban al onagro. En definitiva de tres équidos hacemos uno. Pero el caso es que así sentenció el Rey Sabio y así será traducido por todos sus discípulos, nada más y nada menos que toda una prolija Escuela de  Traductores de Toledo. Ejemplo de estas traducciones es la de Abraham de Toledo sobre el Kitāb al-yawariḥ, un tratado de veterinaria escrito en Bagdag en el siglo IX. Cuando lo transcribe al romance de mediados del XIII afirma que “la carne de cebra se daba empapada en leche de asna desnatada para curar la tisis”, cuando el original menciona al onagro. El lapidario de Alfonso X traducido también del árabe, describía la confección de un talismán contra el dolor de estómago que incluía la cabeza de una ezebra y de una mosca, cuando el original caldeo se refiere  al onagro.  Incluso cuando relatinizan un topónimo local como Cebrero lo hacen como Mons Onagrorum en lugar del más correcto Mons Equiferorum.
Imagen medieval de caza con arco,  al fondo de la
 imagen entre los animales  objeto de "venación"
se aprecia  una especie de asno


Sin embargo, al mismo tiempo, cuesta creer que el autor de las “Siete Partidas”, donde se comenta la cría doméstica del zebro junto con la de otras bestias salvajes, no tuviera clara su identidad, más aún siendo el monarca gran aficionado a la caza y asiduo visitante del Reino de Murcia, uno de los últimos bastiones del zebro. En fin dudas y más dudas.

En cambio parece que otros autores tal vez observaron el animal directamente, lo diferenciaban claramente del onagro, o eso parece. Es el caso del humanista italiano Bruneto Latini, ajeno a la escuela de traductores,  que hacia 1260  dedica un capítulo de su Tesoro a las cebras de Castilla la Vieja, describiéndolas como mayores que los ciervos, con raya de mulo hasta la cola, orejas muy largas, pies débiles (con variante fessi o ‘hendidos’ en lugar de fieboli), muy veloces corriendo, y de carne exquisita.  Sabemos que no lo confundía con el onagro pues trata de éste en otro capítulo. También las expresiones populares y refranes, fieles guardianes de la tradición oral,  conservaron interesantes connotaciones para el término, aún con el animal ya extinto . En pleno siglo XVI se decía “es una cebra” de aquel que corría mucho, también se usaba en relación al carácter arisco o indómito de las personas, en especial de las mujeres serranas.  El propio Cervantes, que no pudo conocer directamente las enzebras, hace exclamar a Sancho sobre Dulcinea: “...hace correr la hacanea como una cebra.” Más interesante es la mención en el cap. XXIX de su inmortal novela:
  “Haré quenta que voy  caballero sobre el caballo Pegaso, sobre la cebra, o alfana, en que cabalgaba aquel famoso moro Muzaraque”. (N.T. alfana se decía del caballo corpulento, fuerte y brioso).

Pero es que la tergiversación  no hace sino aumentar con el transcurrir de los siglos. En el XVI durante la expansión de Portugal por las costas africanas, sus marinos descubren al hoy extinto quagga, cuyo aspecto de mulo con cebraduras parciales en tronco y extremidades, les recuerda al enzebro ibérico y al que por ello denominan zebra. Nombre que acaba extendiéndose al resto de cebras africanas. Con el tiempo el cebro se extinguirá y olvidará en Iberia, quedando su nombre asignado en exclusiva a éstas. Es decir; nuestro zebro pasó de asno a cebra.


La confusión llega a su paroxismo cuando el licenciado Fray Martín Sarmiento, al que ya mencionamos al principio,  redescubre en 1762 al zebro en los textos medievales y deduce que en España siempre abundaron las “cebras del Congo”. Opinión que plasma en su “Obra de 600 pliegos: De Historia Natural y todo tipo de erudición”, donde como él mismo indica; trata sobre el animal con la intención de que “...leyéndolos los que pudiesen tener algún influjo, solicitasen que se restituyeran a nuestra España nuestro animal perdido, cebro y cebra, para que acá procreasen en las montañas. No habría cosa más fácil , pues hoy hay muchas cebras (y con ese nombre) en las costas occidentales de África, y en especial en el Congo y en el cabo de Buena Esperanza.” Además define al  cebro como “el animal más hermoso de todos los cuadrúpedos, pues tenía franjas de todos los colores”. Obviamente el tiempo transcurrido desde su extinción hizo estragos en el recuerdo del animal y en las pesquisas del bienintencionado  Martín, al que por sus intentos de reintroducción de una especie salvaje, podríamos calificar como uno de nuestro primeros ecologistas. Aunque eso sí; algo desatinado.

Y con estas diatribas llegamos a pleno siglo XX, con  muchos historiadores dando por buenas las increíbles pesquisas de Sarmiento y otros, como el portugúes Meréa, solicitando la intervención de los zoólogos para resolver el problema. Y éstos prácticamente ignorando la petición al considerarlo una leyenda indigna de su ciencia. La falta de respuesta científica es suplantada en los foros por discusiones entre aficionados  que se eternizan y acaloran, dando literalidad a las, como hemos visto, confusas citas medievales e interpretando cualquier pequeño detalle de las mismas como decisivo: relinchaban luego caballo; ...línea de mulo, luego mulo; ...pero este caballo también tiene línea de mulo; .... pues este onagro relincha; ...pie hendido; luego te pillé es nada menos que un nuevo género; ...la cola, la clave está en la cola, ...el caballo de esta foto tiene las mismas cebraduras luego es el descendiente del cebro; ...¿cebreiros no es el nombre de un monte? luego era de monte que no de llanura; ...qué es mohino o cenizoso; ...si corría tanto debiera ser tal cosa y si era tan resistente, tal otra.  En fin, algo inevitable pues el interés era grande y lo único cierto es que la evidencia reunida no permitía ninguna afirmación contundente.

III El aporte de la paleontología


La falta de interés desde la Ciencia cambió radicalmente cuando durante el siglo XX se van acumulando evidencias a lo ancho de toda Europa de la existencia prehistórica de un nuevo équido desconocido hasta entonces; al que se denominó como Equus hydruntinus o hemión europeo. E. hydruntinus se halla bien representado en excavaciones del Pleistoceno tardío de toda Eurasia aunque las citas más antiguas datan del Pleistoceno Medio hace  350.000 años en Lunel-Viel (sur de Francia).  Parecía que sobrevivió sólo hasta comienzos del Holoceno en el Sur de Europa, pero hace relativamente poco algunos autores comenzaron a describirlo en yacimientos tan recientes como el Calcolítico Ibérico (Cardoso, 1995, Uerpmann,1976) o la Edad del Hierro germana (Wilms, 1989). En el 2000, Von den Driesch redata por radiocarbono algunos de los restos descritos por Uerpman y obtiene fechas correspondientes al medievo, por lo que decide que deben ser de un asno doméstico. Pero las citas de E. hydruntinus posteriores al calcolítico se acumulan por España y Portugal. Con toda esta información los paleontólogos Nores y Liseau en España y Antunes en Portugal retoman la pregunta lanzada por Meréa casi un siglo antes y proponen que “el animal que mejor parece adecuarse a las descripciones directas que sobre el zebro se hicieron, entre los siglos X y XVI es el Equus hydruntinus”.

Los portugueses aportan además no sólo restos de tuérdago conservado en calzados denominados “zebrunos” y en escudos de guerra medievales, sino hasta un esqueleto datado en pleno siglo XVII. Es más, basándose en la recopilación de toponimias y en las citas históricas, se recrea el mapa de supervivencia del zebro hasta su extinción (Nores y Liseau, 1992; Antunes, 2006). Los artículos científicos comienzan a dar por válida la presencia medieval de E. hydruntinus en nuestra Península. La ciencia y la historia en perfecta colaboración habían resuelto el enigma, todo un ejemplo de colaboración interdisciplinar a seguir.

Mapa de distribución del zebro en la Península durante los siglos XII, XIII, XIV y XVI en base a la recopilación toponímica (tomado de Nores y Liseau, 1992)
Por fín podíamos ponerle cara y hasta “cebraduras” al cebro, valga la redundancia. De inmediato se generó una ingente iconografía sobre el animal, que blogs y foros se encargaron de propagar como anteriormente lo había hecho la escuela de Traductores de Toledo con el cebro-onagro. Curiosamente se le asigna casi siempre librea de quagga, es decir; con cebraduras en patas y extremidades. Cuando realmente los textos antiguos sólo hablan de “línea de mulo” (yo no he encontrado tales citas), pero imagino que se supuso que la similitud encontrada por los marinos portugueses entre el quagga y el cebro debió basarse en tales parecidos.

Diferentes representaciones del zebro halladas por internet

Si lo han observado, la iconografía expuesta no es muy homogénea, en realidad parecen referirse a especies completamente diferentes y es que el único problema de esta atribución es que no sabíamos exactamente qué era Equus hydruntinus. Vamos que habíamos resuelto el enigma del cebro con el enigma no menor del asno salvaje europeo. Si ya lo sé; la historia no hace más que enredarse, pero así son las buenas novelas de intriga, además, en ésta, la cosa no termina ahí.

Verán a pesar de su ubicua presencia en los yacimientos pleistocénicos prácticamente todos los restos desenterrados correspondían a dientes y minúsculos fragmentos óseos.  Cuando se consideran los dientes de la mandíbula superior parece que lo lógico e suponer que se trataría de una variedad de asno con algo de cebra,  si consideramos las extremidades se diría que son más bien hemiones, pero si analizamos dientes de la mandíbula inferior nos recuerdan al linaje estenónido, es decir, a los primeros caballos del viejo mundo como Equus altidens -con esta mezcla cabe pensar porqué en lugar de hydruntinus no lo llamaron Equus chimerae o algo así-. El hecho es que los paleontólogos han probado a situarlo en prácticamente todas las ramas del árbol genealógico de los équidos. Todo era cuestión de qué fragmento llegara a sus mano o a qué tipo de característica dieran más valor. La siguiente figura tomada de Burke et al. (2003)  expone arriba el árbol filogenético del género Equus incluyendo caballos, cebras, asnos y hemiones (por cierto ya obsoleto) y abajo marca con una flecha el modelo de asignación a las diferentes ramas de dicho árbol en las que E. hydruntinus ha sido entroncado, con indicación del autor de la propuesta:

Diversos modelos de vinculación de E. hydruntinus dentro del árbol filogenético de los équidos con indicación de los autores (tomado de Burke et al, 2003).

IV Nuevas perspectivas de la genética

La solución a este nuevo lío y vino de la mano de los análisis genéticos. Gracias a éstos,  los paleontólogos comenzaron a darse cuenta de que algunos restos procedentes de Asía Central atribuidos a hemiones por rango geográfico eran en realidad de E. hidruntinus. Prestaron entonces más atención a las excavaciones asiáticas y finalmente dieron con dos cráneos casi completos de la especie en Crimea (Ucrania, digo Rusia) en 2002. Un primer trabajo sobre estos restos basado en el análisis osteométrico propone que debe considerarse como una especie distintiva de équido, más próximo a los onagros que a cualquier otra rama, descartando el entronque con las formas plesipinas y estenónidas, con los asnos y las cebras (Burke et al.,2003). Pero, al tiempo, ese mismo trabajo ofrece resultados genéticos menos concluyentes;  el PCA  no puede establecer si es más próximo a asnos o a hemiones, y el MDA lo clasifica como un hemión, aunque sin aclarar a qué subespecie. Un segundo análisis más detallado realizado por los mismos autores en 2006, excluye definitivamente el linaje estenónido (Modelo I de la figura) y lo sitúan dentro de los hemiones. De hecho dentro del rango de variabilidad genética intraespecífica de los mismos. Aunque los mismos autores reconocen que la osteometría indica que sería una especie aparte y dejan abierta esta incógnita, pero en cualquier caso o era un hemión o su primo hermano. Estudios independientes posteriores avalan aún más la hipótesis del fuerte entronque con el hemión (Orlando et al., 2009).

Pero ahora que se resolvía el enigma de E. hydruntinus, estos mismos estudios comienzan a cuestionar la asignación cebro=hemión. Tras un análisis genético, el esqueleto portugúes de cebro del siglo XVII  resulta ser de un asno doméstico (Orlando et al. 2013), todo un chasco. En Leicea (Portugal) se encuentra un diente que resulta ser también de un asno, adelantando la introducción de esta especie en Iberia un par de miles de años antes de su supuesta introducción por los fenicios y haciendo plausible una errónea determinación  de los restos posteriores al 2400 AC (Cardoso et al., 2013). Hace nada, unos meses, otro estudio analiza el patrón de extinción de E. hydruntinus en toda Europa y, en base a una exhaustiva recopilación de citas y sus relaciones estadísticas, llega a la conclusión de que tras los cambios climáticos de comienzos del Holoceno el hábitat adecuado para la especie se hizo tan fragmentario que el aislamiento en pequeñas poblaciones provocó su extinción (Criss y Turvey, 2014).

Varios  investigadores retoman entonces  la teoría de que las crónicas medievales sobre el zebro debían referirse a poblaciones asilvestradas de asnos. Entre ellos la propia Lisseau, uno de los padres (madre en este caso) de la hipótesis zebro=E. hydruntinus (Cardoso et al. 2013). Se trataría pues de asnos domésticos abandonados a su suerte durante generaciones, quizás tras alguna de las epidemias de peste que, durante el medievo, despoblaron amplios territorios de la Península. Se sabe que las poblaciones de animales domésticos abandonadas a su suerte, retornan en pocas generaciones a su primitiva librea y se vuelven casi indistinguibles de sus ancestros salvajes. Es el caso de nuestros muflones que no son en realidad el antecesor de las ovejas sino sus descendientes asilvestrados, del burro salvaje de Nuevo Méjico, de los mustang, del carnero de Soay o los dingos.

Burros americanos asilvestrado, aunque de no indicarlo la imagen pareciera captada en pleno noroeste muciano.

A los blogs anglosajones les cuadra esta hipótesis, en el fondo todos los países conservan un cierto orgullo patrio en eso de mantener la población más antigua de caballos y la competencia no es bien recibida, pero los hispanos se mantienen en la idea original de que no fue un animal asilvestrado. Si el cebro hubiera sido un asno o similar, es casi seguro que los textos romanos, griegos o árabes lo hubieran citado como tal. Además bien sea el equifero en  latín,  el ezebro en romance o el zebro en castellano hay una continuidad de citas históricas sobre su caza y su aprovechamiento.

Por otro lado, buena parte de los portugueses siempre se aferraron a que el cebro era en realidad un caballo genuino y que los sorraia, una raza de caballos rescatada por el prestigioso hipólogo Ruy D'Andrade, eran su últimos representantes todavía vivos.  A principios del siglo XX Andrade  seguía la pista de las famosas yeguas “fecundadas por el viento” citadas por las crónicas romanas a orillas del Tajo, y que en el siglo XVI el humanista André de Resende  dijo descubrir en varias manadas que vagaban en solitario por los montes Junto y Albardos (Portugal), empleando para ellos el término equiferi, que no zêbro. D'Andrade sospechaba la existencia de un caballo salvaje ibérico autóctono o dicho de otro modo: del pretendido tarpán ibérico o Equus ferus lusitanicus. Este caballo se caracterizaría por su talla pequeña, perfil convexo, grupa caída, capa de color frecuentemente gris, raya dorsal y extremidades cebradas. Además de las citas históricas y fenotipo de las razas ibéricas autóctonas, se apoyaba en las representaciones de alguna pinturas rupestres, como las de Ekain (Guipúzcoa),  que parecían señalar la existencia de una caballo con morfología algo distinta al resto de Europa.  Tras una ardua búsqueda D'Andrade creyó encontrar una última manada superviviente con estas características a orillas del río Sor Raia en Corcuhe  y en algunos ejemplares de Doñana. Logró rescatar unos pocos ejemplares no de las manadas silvestres sino de unos campesinos y depuró la raza, a la que denominó sorraia. Los identíficó con los zebros de las crónicas y propuso que serían el ancestro original de las razas de caballos del sur de la Península Ibérica, los descendientes casi intactos del primitivo tarpán ibérico, casi nada.

Esta hipótesis contó además con grandes defensores al otro lado del charco, pues comoquiera que estos caballos formaron parte de los contingentes translocados a América y que originaron los mustangs norteamericanos, los crioulo brasileños y argentinos o los paso fino colombianos y portoriqueños, la idea, bastante romántica, de que un descendiente directo del auténtico caballo salvaje hubiera repoblado las praderas americanas en las que su ancestro nació dos millones de años atrás, fue obviamente muy bien recibida.

Posteriores análisis genéticos  revelaron que efectivamente estos caballos poseían haplotipos únicos y antiguos pero análisis más completos (Lira et al.,  2009) no apoyan a los sorraia como un linaje predoméstico y los entroncan con el resto de caballos domésticos en un origen común, su cromosoma Y es además indistinguible del resto.

Comparación entre la pintura rupestre de un caballo en Ekain y un sorraia. Obsérvese en ambos casos el patrón de cebraduras en extremidades.

V Un último giro inesperado


Y así llegamos por fin al último acto de nuestro enrevesado relato, que es en realidad una vuelta al inicio. Como no podía ser de otra manera en esta historia llena de giros y contragiros, los mismos trabajos genéticos  que descartan al sorraia abren una nueva posibilidad.  Los patrones de diversidad alélica y heterozigosidad de las razas de caballos de origen ibérico demuestran que, en contra de la opinión generalizada, además de las estepas asiáticas pudo existir otro refugio holocénico para el caballo; Iberia  y que los caballos ibéricos del centro-sur,  contribuyeron significativamente al pool genético de los caballos domésticos bien por un evento independiente de domesticación o por un proceso de difusión genética entre razas (Warmuth, 2011).

Arriba y en gradientes rojo, patrones de diversidad para la heterozigosidad y riqueza alélica obtenidos a partir de las actuales razas de caballos, abajo distribución de los biomas durante mediados del Holoceno cuando el caballo prácticamente desapareció de Europa Central. doi:10.1371/journal.pone.0018194.g001


Y, he aquí la última sorpresa, un haplotipo, el D1, precisamente el considerado característico de razas ibéricas como el lusitano, marismeño, sorraia o garrano, apareció por primera vez  durante la Edad Media. Los autores del trabajo (Lira et al 2009) se limitan señalar dos hipótesis: por importación de razas africanas o por un evento medieval de domesticación en Iberia, ahora entendida como el reforzamiento de la poblaciones locales a partir de individuos salvajes. En definitiva la piedra está lanzada: puede que efectivamente algo así como un tarpán ibérico  correteara por nuestras praderas en pleno medievo. Señores investigadores, a qué esperan sáquennos de dudas de una vez.


El caso es que el caso sigue abierto, todas las opciones siguen siendo posibles hoy día. Todas pueden tener su parte de verdad: puede que  existiera una subespecie de tarpán en Iberia, puede que fuera conocida por los romanos y puede que, al tiempo, los asnos, y tal vez también caballos, se  asilvestraran en diferentes periodos, e incluso convivieran con auténticos caballos salvajes, puede que el término equifero  pasara a ezebro y se acabara usando para denominar de forma genérica a cualquier équido salvaje (las palabras cambian de significado con el tiempo), puede hasta que parte de este tarpán sobreviva en los genes de las razas ibéricas. Como ven todo es posible pero no por ello deja de ser  otra conjetura más con muchos "puedes" y pocas pruebas.

Si me preguntan a mí, les diré que he pasado épocas siendo partidario de cada una de ellas y que a día de hoy estoy sigo hecho un lío. Es más creo que si a estas alturas fuera hallada  mismamente “la cebra o alfana en que cabalgaba aquel famoso moro Muzaraque...” y le preguntaran por su antiguo linaje,  apuesto que ni ella misma lo sabría....

AGRADECIMIENTOS:

Idéntica confusión y dolor de cabeza que, casi con seguridad, habrá logrado el osado lector que haya llegado a este punto del blog, la obtuve yo buscando información. Por ese motivo no puedo por menos que agradecer las aclaraciones que alguno de los autores de la bibliografia consultada tuvieron el detalle de proporcionarme, como el caso de Pascual Barea, el cual además está a punto de publicar todo un libro sobre este tema y que seguro nos interesará. 

BIBLIOGRAFÍA

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