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14 octubre 2015

¿CÓMO SONABA EL AUTÉNTICO PANOCHO?


Ya sea con fines jocosos o con sentida nostalgia y cariño, damos por sentado que, llegado el momento, todos los huertanicos de Murcia somos capaces de leer -manta espinardera al hombro- el bando panocho de las Fiestas de Primavera, las soflamas carnavalescas o cuanto romance se nos ponga por delante. A fin de cuentas es una verdad de perogrullo que, como murcianos, estamos capacitados para imprimir al texto en cuestión la peculiar entonación que requiere. Es algo que llevamos en la sangre. ¿Acaso no hablan los ingleses inglés, los gallegos galego o los andaluces andaluz sin aprenderlo? ¿No habríamos entonces  nosotros ser capaces de hablar panocho? En definitiva sólo se trata de acentuar los rasgos fonéticos que el resto del año, un tanto avergonzados, tratamos de ocultar en el habla culta.  Y aclararé desde ya que me refiero al panocho como el subdialecto del murciano hablado en la Vega Media y Baja del Segura,  no al murciano como habla regional.


Bueno, pues permítanme que les diga, que ciertamente no, que la nuestra es tan sólo una pronunciación muy residual de algo que fue mucho más rico y complejo. Es más, es que ni tan siquiera estamos seguros de cómo habría de sonar. Y esto tiene su importancia pues la pronunciación, el acento, el “deje” (murcianismo aceptado por la DRAE), es la mitad de los rasgos distintivos de un habla. Recuerden por ejemplo lo innecesarios y casi ridículos que nos resultan los subtítulos en la televisión cuando el interlocutor es un catalano-parlante de academia y lo mucho que los echamos en falta cuando el que habla tiene el catalán por lengua madre de toda la vida. En el primer caso, simplemente parece un castellano mal hablado y en el segundo, es netamente diferente. Y eso pasa con todos los idiomas, el portugués hablado por un español es más un “portuñol”, como ellos dicen, que un portugués genuino. Así pues en el panocho no habría de ser de menos. Como decía Frutos Baeza:

 “El quid del habla murciana, está en la pronunciación, y para hablarla es preciso, aprender de viva voz...” (Cajines y Albares, 1927).  

Sé que alguno me citará de abuelos y tatarabuelos que aún lo hablan, o me referenciará de alguna escuela que aún lo enseñe (algo ciertamente muy loable), a troveros que lo glosan y asociaciones que lo practican, pero no me convencerán y no será por obstinación mía, tengo algún que otro argumento.

Verán, es cierto que en el proceso de normalización lingüística son los caracteres fonéticos los que más perduran. Pero esto no significa que se mantengan eternamente, tarde o temprano desaparecen. Por lo general esta pérdida está fuertemente vinculada al cese del aislamiento social o geográfico, al proceso de alfabetización de la población, y desde el siglo pasado, a la aparición de la radio y un poco más tarde de la televisión, cuando el habla estándar del castellano del norte entró en todos los hogares y “educó” a las nuevas generaciones. Es probable que antes de la radio, y dado el aislamiento de la huerta, refugio secular de moriscos, el habla panocha pudiera haberse mantenido bastante intacta pero, tras las campañas de alfabetización de la segunda república, y, sobre todo, con la llegada de la radio a todos los hogares, este aislamiento acabó. En realidad si hacemos caso nuestros antiguos autores, y creo que debíamos hacérselo, desde la segunda mitad del XVIII todos hablan del panocho como de algo ya muy residual, como del habla de sus abuelos (y esta gente ya eran nuestros tatarabuielos). En 1923 Vicente Medina declaraba para el Archivo de la Palabra:
“En mi tierra se cultivaba un lenguaje llamado panocho, lenguaje de soflamas carnavalescas, que imitando el habla regional, la ridiculizaba”. 
Sin ánimo de entrar en las connotaciones carnavalescas simplemente destacaré aquí que se refiere a ese habla como cosa del pasado. Así pues es posible que incluso para entonces el panocho ya estuviera bastante “normalizado” y que el legado que nos transmitieron los escritos costumbristas del XIX y comienzos del XX  no fueran ya sino los restos.

En realidad, el proceso de estandarización de la variedad norteña del castellano en detrimento de los rasgos locales, continua hoy día. Un reciente estudio de Hernández-Campoy y Jiménez-Cano de la Universidad de Murcia aprovechó el archivo sonoro de la EAJ17 o Radio Murcia (hoy Cadena Ser) para analizar los procesos de difusión de las innovaciones lingüísticas en el acento murciano desde 1970 hasta aproximadamente el 2000. Los resultados evidenciaron que el proceso de normalización lingüística continúa. De acuerdo a su baremación esta convergencia era para el caso de los políticos del 75% en el año 2000 cuando en  1975 era del 56,6% (el estudio ofrece abundantes datos para muchos grupos sociales). Vamos que nuestros políticos decididamente se avergüenzan del acento murciano e intentan por todos los medios hablar como los de León, a ver si así los cogen para las nacionales. Así las cosas, me parece que poco apoyo sincero puede esperarse de ellos.  Bueno, pues imaginen, si en los últimos veinticinco años, cuando ya sólo perduraban unos pocos rasgos fonéticos, todavía se dio este proceso,  cuánto mayor hubo de ser el cambio durante la alfabetización o la llegada de la radio. Ciertamente el panocho debería ser muy diferente a como lo imaginamos. La cuestión es clara: ¿pero cómo sonaba entonces el panocho original? Por desgracia la pregunta no tiene rápida ni fácil respuesta, pero podemos intentar varias aproximaciones:

Una posible solución sería acudir a esas mismas grabaciones de  la EAJ-15 que se iniciaron en 1933 en el Recreative de Espinardo, en plena huerta, y que se sabe promovía la colaboración de los oyentes ofreciéndoles espacios radiofónicos para poder realizar conferencias o charlas, leer trabajos literarios, presentar obras teatrales, cantar, solicitar discos, etc. Quizás en algunas de esas grabaciones entrevistaron a un último panocho rescatado de algún rincón de la huerta profunda y con el habla intacta. Sería genial, pero la suerte no está de nuestro lado. Por lo visto durante el proceso de digitalización de estos archivos ocurrió un fatal incendio que los dañó irremediablemente. Fue una de esas noticias que no merecen titulares, que ocupan una pequeña y escondida columna y pasan desapercibidas, cuando en realidad se trata de una pérdida descomunal de nuestro patrimonio histórico. Nadie se enteró, nadie lo lamentó....

Otra vía podría ser acudir a nuestros clásicos, ¿Acaso no existe una abundante literatura panocha, incluso diccionarios donde se registran sus peculiaridades?  Puede que sí, en realidad algo sí, pero sólo muy parcialmente. Me explico; primero hay que tener en cuenta que la inmensa mayoría de estos autores como Frutos Baeza, Diaz-Cassou, Orts, Jara Carrillo, Tornell y un largo etcétera en realidad no tenían el panocho por lengua madre. Eran más bien a la sazón unos “churubitos” enamorados de la huerta sí, pero churubitos al fin y al cabo, de exquisita educación castellana y que recogieron con gran dedicación y cariño este habla en sus escritos y, al tiempo, la aprendieron (como los catalanes de academia que comentaba al principio). Decía Díaz Cassou en La Literatura panocha (1895):

“...heredé este entusiasmo, lo he acrecido hasta el punto de aficionarme á escribir la literatura oral de nuestros últimos panochos...”

Las únicas excepciones que conozco serían las de López Almagro, Muñoz Martínez y Nicolás Rex. Este último, nacido en el corazón de la Huerta de Murcia declaraba que el panocho fue su única lengua hasta que aprendió castellano en la escuela. El caso es que todos estos autores, a falta de una norma ortográfica establecida, transcribieron con mayor o menor fortuna este habla a sus textos, cada uno a su manera y criterio, aunque al final más o menos convergerían en muchos rasgos. Pedro Lemus en su Vocabulario Panocho (1932) ya declaraba sobre el problema de esta transcripción:

“No se me oculta lo conveniente que hubiera sido representar la exacta pronunciación de muchas voces de este dialecto, que tienen sonidos peculiares, tales como las que llevan ch, y las terminadas en iquio-iquia; pero tales articulaciones no tienen figuración posible en la escritura y me atengo al modo como las han escrito los panochistas más afamados”.

No hubo de ser tarea fácil, pues en algunos puntos la diferencia es bastante notable. Está por ejemplo, el tema de las vocales abiertas y aspiradas, que por lo general resolvían con un acento en unos casos, y en otros añadiendo una “h” apostrofada (ej. to'h). Este rasgo no nos plantea problemas pues se mantiene hoy día (salvo en los políticos, como vimos). Pero en otros muchos casos, es más complicado: la “c” inicial parece ser que era bastante contundente y unos recurrían a la “k” directamente, otros a una transliteración como en “quiasa” (por casa) y otros simplemente confiaban en que el lector murciano sabrían interpretar el fonema correctamente. Un grave error como veremos. Es el caso del empleo del plural acabado en “s”, que se escribía  aunque no  se pronunciara, la “z” final que era en realidad “s”, la "r" final de los infinitivos que era "l" o las terminación en “ado” que al leer habrían de simplificarse como “ao”, y de unas cuantas más como elongaciones, permutaciones, refuerzos, etc. El problema es que hoy en día no estamos seguros de cómo o cuándo proceder ante estas lecturas, pues, ya normalizada su pronunciación, carecemos de guía para su interpretación. Está también el caso las fusiones tan abundantes y resueltas en las grafías con simples apóstrofes a modo de unión, de la ñ (¿realmente existía?), la “ll” intervocálica y así un largo etcétera. Por desgracia en otros muchos casos, en un intento de trasladar al lector el carácter rústico del huertano incluyeron numerosas faltas de ortografía en su redacción, a menudo sin transcendencia fonética, pero en otras ocasiones sí. Eso dificulta su interpretación, por ejemplo cuando escriben “llo” por “yo” (pronombre) ¿Es un intento de matizar su pronunciación o  una mera falta de ortografía a propósito?  Como veremos, en este caso probablemente no es falta ortográfica. En ocasiones, esta falta de homogeneidad en su transcripción ha sido aprovechada por los críticos para acusar a sus autores de inventar los vocablos.

Así pues sólo nos queda una aproximación posible. ¿Qué dijeron explícitamente estos autores de cómo sonaba o de cómo habría de pronunciarse el panocho?, ¿Que les llamaba la atención? ¿De qué rasgos dejaron constancia?. Pues bien existen unos pocos textos que tratan el tema de forma específica y lo que nos cuentan puede sorprendernos. En primer lugar no hablan del panocho como de una lengua zafia o malsonante, sino de una lengua dulce de sonidos arcaicos, aunque si advertían de la conveniencia de su correcta pronunciación:


“...chapurrándolo no gusta, bien hablado da placer...”(Frutos Baeza, El habla huertana, 1899)

“...En este rincón de la Península aún se oye hablar, como hace cinco siglos, á personas que por sus hábitos, traje y costumbres parecen trasmigradas á la vista del filólogo y del antiquario...” (Fuentes y Ponte; La Murcia que se fué, 1872)

“...aquel habla que abreviaron tantas elisiones y suavizaron tantas subrogaciones, llena de color y de expresión, en el hombre; poética, lánguida, voluptuosa en la mujer joven, en cuya boca las ll y las ch eran sonidos deliciosos, caricias del oído...” (Díaz Cassou; La literatura panocha. 1895)

“….pasemos a señalar lo más característico e interesante de la elocución panocha: en primer lugar diremos, como observación precisa, que la disposición de los órganos de la fonación, en nuestro huertano se adaptan más que los de ningún otro a emitir sonidos puros, sin modificación alguna, de donde acaso se deduzca que, el ritmo y tono de su expresión oral, es grato y dulzón en sus ternezas y agresivo y lacerante en sus apóstrofes”.  (Ramírez Xarriá; El Panocho. 1927)

Y no parecen falsas alabanzas, pues aportaron explicación. En el caso de Xarriá, hace éste referencia a que en una época en la que ya se había impuesto el yeismo y la no distinción entre “v” y  “b”, los panochos huertanos mantenían una perfecta pronunciación de los mismos así como de gran variedad de sonidos antiguos.

Como uno de sus rasgos más característicos citan, antes aún que el manido plural aspirado, la pronunciación exagerada de la “ll”  adhiriendo toda la lengua al paladar y reteniéndola más tiempo. La “y” se usaba realmente sólo como sustituto del conjunto ·ig· como en “trayo”. O de la “ch”  pronunciada muy “sui generis”, más suave y aguda que en castellano, pues se pronunciaba con el ápice de la lengua (quizás a lo sevillano). Era tan característica que cuando presente, ostentaba todo el valor eufónico del vocablo. En relación a este sonido es de destacar el famoso "iquio" huertano, derivado del "ico" aragonés y prácticamente olvidado hoy día. En él la -q- suena como si se articulara más adelantada en el paladar produciendo una "i" muy cerrada que suena casi como "ch" y que según decían sólo los auténticos huertanos sabían pronunciar, siendo un sonido imposible para churubitos y extranjeros. Todos estos sonidos, es importante destacarlo, se han perdido, para reconstruirlos sólo podemos interpretar las instrucciones dejadas en estos escritos pero no tenemos patrón sonoro para hacernos una idea exacta de su matiz, potencia o timbre.

Está también la complicación de ser una lengua tonal en las que las letras se pronuncian de distinta manera según la letra que precede. Es el caso de la “b” o “v” que precedidas de “s” (que ni se pronuncia y a veces ni se escribe) se transforma en “f” como en “loh fentorrillos”,  “lah farracas” o “ehfalijazión”. O los conjuntos “ld” que se elonga en una suerte de doble “l”, como en “alcal-le”.

Y por supuesto, también están los restos de pronunciación árabe entre los que  Fuentes y Ponte incluía la  “h” aspirada, la “s” muda, la “ch” fuerte, o los sonidos guturales de “g” y “j”. Un “conjunto de inexplicable gracia y belleza” decía este autor, pero que curiosamente coinciden hoy día, con algunos de los rasgos fonéticos más parodiados por el resto de comunidades. El habla morisca siempre fue la de un pueblo perseguido y bilipendiado, y, al parecer, sus restos siguen siendo objeto de burla.

Este mismo autor menciona lo características que era la "x" tomada del catalán y que sonaba como la "ch" francesa  como en xabon, dexar, madexa quixote, daraxarife, almoxarifazgo, relox (Fuentes y Ponte; La Murcia que se fué, 1872)

No intento dar aquí una recopilación o una norma sobre como pronunciar el panocho, es algo que queda lejos de mis conocimientos y posibilidades. Simplemente he pretendido que la relectura de las indicaciones que para su pronunciación nos dejaron los clásicos de nuestra literatura, nos evidencie  nuestras “limitaciones” a la hora de su pronunciación.  Quiźas así nos demos cuenta que los sonidos del panocho no son los del  “acho, pijo” que a menudo nos toca soportar como tópico burlón, sino más bien los de "canne"; “alcal-le", "esperfollo"; "chiquil-la"; "farracas"; "ehfalijazión" o "daraxarife" .

Así las cosas, parece que va a ser cuestión de practicar la próxima vez que nos toque recitar panocho.