
Hace un tiempo les comentaba a ustedes la pérdida de potencia de cálculo que sufrían nuestras máquinas debido a la obligación que tenemos de mantenerlas "vivas" usando un antivirus que las libre de infecciones desastrosas. Pues bien, si alguno de ustedes se ha atrevido alguna vez a usar su ordenador sin mantener en marcha ese antivirus y ha tenido la suerte de no ser infectado,igual habrá podido detectar que, conforme va añadiendo programas, su máquina pierde vigor. Es algo parecido a lo que nos pasa a nosotros: con cuarenta no nos encontramos mal, pero no tenemos veinte. Seguimos en la brecha, pero empieza a faltarnos fuelle. Pues a su ordenador igual.
En teoría las nanopistas de silicio del microprocesador pueden sufrir desgaste debido al calor que generan y a la fuga de electrones, pero es un efecto que no se debiera notar a lo largo de la vida útil de la máquina, y menos en un flamante chip, salvo excepciones (1). Esta "vejez prematura" es producida por la lucha de los procesos por mantenerse a flote. Un ejemplo de hoy mismo: a primera hora de la mañana, mi antivirus se empeñaba en realizar un análisis del disco duro al completo, mientras la utlidad de optimización del sistema insistía en verificar problemas en el registro de Windows, justo en el momento en que el instalador de mi nueva impresora avisaba de que le faltaba un archivo y necesitaba acceder al servidor del fabricante para descargarlo, pero mi router echaba chispas perseverando en conectarse a un ADSL que se le escapaba como arena entre las manos. Resultado: el ordenador se ha quedado "pajarico", como dice un buen amigo cuando se le bloquea la máquina. Vaya, ni el teclado quería pitar por desbordamiento del búfer de pulsaciones. Tela marinera.
Y es que los programas por lo general no son respetuosos con el medio en el que viven: luchan continuamente por ser los mejores, como si por el mero hecho de instalarlos, se tomaran manga por hombro y acaparar los recursos de la máquina sin pedir permiso. En esto se parecen a los humanos, ¿no es así?. Actúan como el juego del PACMAN: comiento todo lo que pillan a su paso. Usted instala tal o cual programa, y automáticamente, éste abre un servicio en el sistema para mantener el programa actualizado o para enviar informes de fallos. Ya sé que es muy es agradable ver que tal o cual aplicación nos dice "Existe una actualización ¿quiere descargarla?", pero para enterarse de que existe esta actualización, el servicio está en marcha en su memoria, y utilizando su procesador y su conexión a internet para testear con cierta frecuencia en la red la existencia de actualizaciones, luego es un proceso vivo del sistema que consume recursos. Ahora dígame: si su navegador hace ésto, los drivers de su impresora también, el antivirus tres cuartos de lo mismo, la aplicación de contabilidad un par de veces por semana, la utilidad de optimización también, su lector de PDF favorito ya es que se baja la actualización sin pedirle permiso siquiera, de verdad: ¿no se siente asaltado?. ¿A que sí? Una cosa es instalar una aplicación y otra es que se coma parte su RAM todos los días para desayunar.
Y además, tampoco son respetuosos consigo mismos: ¿Hay internet? ¿si? ¡A por ella!, ¡A saturar la conexión cuanto antes para actualizarnos! Los procesos actualizadores luchan literalmente hablando por utilizar los recursos del ordenador en beneficio propio. Podrían activarse en períodos de inactividad del sistema (a la hora del almuerzo, por ejemplo), o cuando se apaga el sistema como hacen las actualizaciones del Windows. Pero es mejor dejar al usuario sin ordenador mientras nosotros nos peleamos por ver quién es el "más mejor" y se actualiza antes, aunque dejemos al sistema al borde del colapso.
Sería deseable que
1) Los programas se actualizaran a voluntad del usuario, no del fabricante.
2) Existiera un poco de educación en los fabricantes a la hora de diseñar los programas, de manera que éstos avisaran y pidieran permiso para instalarse de forma residente en su memoria, y que hubiera forma de desinstalarlos posteriormente.
3) Que el S.O. decidiera qué proceso es más importante en cada caso: si actualizar el antivirus o el software de la impresora, creando una cola de actualizaciones.
Hoy, lunes recién amanecido, no me encontraba con ganas de repartir orden entre los procesos y he tomado la opción más conveniente. Les he dicho ¡Ahí os quedáis, que yo me voy a tomar un café mientras discutís entre vosotros!
Experimento: si usted pulsa Ctrl+Alt+Supr en su ordenador Windows, accederá a lo que se llama el administrador de tareas, donde podrá ver que procesos tiene en marcha en su sistema. Verá que gran parte de ellos no los ha activado usted. Hay unos que son activados por el arranque de windows (a mí me mosqueaba al principio mucho el scvhost.exe, y estuve por quitarlo de enmedio, pero es el proceso que gestiona los servicios de Windows y no es recomendable). Pero hay otros que se activan al arrancar Windows sin pedir permiso,y son ciertamente innecesarios. Si realmente tiene algo de curiosidad, le recomiendo que descargue el "Process Hacker", y una vez instalado pulse en la pestaña de "Services" para ver la cantidad de servicios que tiene en marcha sin que usted lo supiera.
(1) Mi primer ordenador era una excepción. La falta de refrigeración hacía que se calentase tanto que tenía fallos de cálculo. Me pasó programando punteros en Pascal. Por la noche, a esos de las 2 de la mañana, el programa funcionaba estupendamente, pero por la tarde los resultados que arrojaba eran diferentes a los obtenidos por la noche, aun cuando se realizaban sobre la misma muestra de entrada. Se me ocurrió que podría ser el calor del verano quien ocasionara tal fallo, así que ni corto ni perezoso, desmonté la carcasa de aquel PCW-256 y le puse al lado un ventilador de mesa. Perfecto, volvía a funcionar bien. Estamos hablando de una máquina que llevaba un Zilog Z-80 de 8 bits a 4Mhz. Con esto, ya pueden entender ustedes por qué sus potentes máquinas de hoy día con "cienes y cienes" de millones de Hertzios llevan ventiladores.