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06 marzo 2010

Escepticismo y sentido común


Hubo un tiempo, hace muchos, muchos años, en el que los hombres soñaron con un mundo donde  razón y lógica triunfaran, en el que la humanidad superaría la superstición y demagogia que habían frenado su progreso durante miles de años y en el que la paz y armonía serían la consecuencia inevitable del triunfo de la razón. Nadie entonces podría reirse del mismísimo Cándido cuando afirmara que "vivimos en el mejor de los mundos posibles". Corría el siglo XVIII y los ilustrados esperaban instaurar su revolución en pocos años.


Trescientos años después es evidente que "el mejor de los mundos" no se ha materializado. Cierto es que la ciencia y tecnología han avanzado en este tiempo más que en el conjunto de los 400.000 años de historia humana. Pero al margen de sus éxitos, las religiones experimentan un claro rebrote, en algunos casos como Rusia o Vietnan con proporciones explosivas, en otros los telepredicadores consiguen audiencias de "Gran Hermano". La superstición inunda los medios de comunicación y la gente es presa fácil de una publicidad nada preocupada por la veracidad. Usamos a diario dispositivos GPS que aplican la teoría de la relatividad para corregir la dilatación del tiempo, mientras con la otra mano llamamos por móvil al consultorio astrológico.

Los "racionalistas" actuales son tolerados en el aspecto científico y tecnológico pero son vetados en lo político y social. Ser escéptico ha pasado a ser sinónimo de incrédulo, antisocial, negacionista, mente cerrada y lleva camino de convertirse en insulto. Triste destino para un término que significaba todo lo contrario (sképsis significa indagación, revisión, duda). Un escéptico debe estar abierto a todas la posibilidades, pero también dudar de todas ellas. A diferencia del escepticismo clásico, que negaba la posibilidad del conocimiento objetivo, el escepticismo científico utiliza el pensamiento crítico para seleccionar el más razonable. Para su desgracia un escéptico siempre cuestionará argumentos, pedirá pruebas y sobre todo intentará tener una idea propia. Esta es su manera de emitir un "postjucio", algo muy diferente del "prejuicio" que se le atribuye.

¿Qué ha fallado? Esta pregunta sigue martilleando las mentes de muchos grandes pensadores. Se ha argumentado que todos llevamos un escéptico dentro, pero el notable esfuerzo mental que supone así pensar, nos desanima en el empeño. Otros claman a los poderes fácticos, ¿Qué sistema político admitiría un sistema de enseñanza donde los alumnos aprendieran los trucos de la propaganda política, donde se cuestionará a sus gobernantes como norma?,¿Cómo formar partidos políticos cuando cada uno tiene ideas propias? ¿Acaso permitirían las grandes multinacionles unos consumidores inmunes a la publicidad, que comprobaran la veracidad de sus afirmaciones? ¿Acaso las religiones permitirían que los fieles barajasen la posibilidad de varios tipos de dioses, o de creadores o de creaciones?

Bueno, he leido diversos artículos y libros sobre el tema y, sin considerarme ni ser un experto, tengo mi propia opinión sobre el particular (vaya por Dios me pillaron...). Quizás haya algo de cierto en los argumentos anteriores, pero yo creo que la causa fundamental es que el escepticismo carece de sentido común. Ya sé que los primeros "ilustrados" solían aludir precisamente al sentido común, pero en este caso el término no hace referencia a la postura más sensata en cuanto lógica, ni a la más común, en cuanto popular. Simplemente me refiero a que nuestro bagaje genético incorpora en nuestra psiquis mecanismos de toma de decisiones, que todos compartimos y que de alguna manera constituyen nuestro "sentido común como especie". Espero que escépticos y filósofos perdonen esta licencia interpretativa. Pues bien, como decía, sospecho que este sentido común no es nada escéptico.

1.-Somos supersticiosos por naturaleza: nuestros genes están programados para la superstición. Es algo que como vertebrados compartimos con mamíferos y aves, pertenece pues a nuestro sistema límbico, a nuestros instintos reptilianos, como el respirar o el dormir. Este hecho fue demostrado por el Dr. B.F. Skinner, que no es el profe de Burt Simpson sino un renombrado psicólogo conductista. Una caja skinner es una jaula aislada de influencias y estímulos exteriores y dotada de uno o varios interruptores que el sujeto de estudio, por lo habitual una rata o paloma, puede activar. Al hacerlo recibe alimento como premio. La caja se programa para que el animal descubra secuencias determinadas de obtención del premio, por ejemplo 3 picotazos seguidos, algo que no les lleva mucho tiempo descubrir. Nosotros sabemos que la conexión interruptor-alimento, es un mecanismo eléctrico, pero esto es algo que escapa del todo al cerebro de la paloma o rata, para ellos es algo así como la danza de la lluvia. Sus cerebros, como el nuestro, están diseñado para establecer cualquier posible conexión entre sucesos de su mundo, para buscar patrones, no tienen que conocer el porqué, basta conseguir el premio. Es curioso que en los experimentos no resultó necesario premiar siempre el acierto, bastó que el sujeto obtuviera recompensa en un 10% de las ocasiones. Pero lo más sorprendente fue cuando Skinner programó la caja para diera alimento al azar, con independencia de lo que, en este caso la paloma, hiciera. En realidad todo lo que tenía que hacer el animal era sentarse y esperar el alimento, pero no fue ese el resultado. Seis de cada ocho animales desarrollaron una conducta supersticiosa, esto es desarrollaron falsas relaciones causales. Unas aves giraban en redondo unas tres veces seguidas en sentido contrario al reloj, otra se lanzaba de cabeza contra uno de los rincones de la jaula, otras sacudían la cabeza como levantando una cortina, algunas desarrolaron un balanceo pendular de la cabeza. Este "hábito", subsistía incluso después de que el sistema de premio hubiera sido desconectado. Está claro que esta conducta supersticiosa es nuestra versión de las herraduras, gatos negros, romper un espejo, pasar bajo escaleras, y miles de dichos más relacionados con la mala suerte. Nuestro cerebro es propenso a crear falsas relaciones causales y creer en ellas. Sólo con un 10% de éxito resultará aceptable para perpetuar esa superstición. Pero10% es inferior al porcentaje de remisión espontánea de una enfermedad(20%), o mejor dicho que nuestro organismo la cura. Todos los brujos, curanderos, estafadores juegan con ventaja, sólo necesitan un número suficiente de pacientes para obtener algunas curaciones "milagrosas" y que esos éxitos los avalen. Lo mismo ocurre con el horóscopo, se pueden realizar predicciones al azar, algunas serán ciertas y esas le darán fama. Las posibilidades son infinitas y ciertamente se han aprovechado muchas de ellas.


Cabe pensar cómo un mecanismo tal ha podido ser seleccionado evolutivamente, pero es el caso que algunos modelos matemáticos (Foster & Hanna Kokko,2008) demuestran que a veces una falsa relación casual puede ser beneficiosa para la supervivencia. Por ejemplo y sin entrar en le cálculo de probabilidades, asociar el ruido de la hierba al moverse con un depredador es erróneo, pues normalmente será sólo el viento. Pero actuar bajo esa creencia errónea aumentará nuestra seguridad. El modelo es bastante más complejo pues a menudo el posible número de causas es elevado. El animal, mejor dicho su programación neuronal, debe balancear entre el coste de estar equivocado y el de estar en lo cierto. A menudo no es necesario que mejore la supervivencia simplemente basta con que no la empeore.

2.-"Donde fueres haz lo que vieres". Este sencillo refrán resume otro poderoso mecanismo de selección de alternativas que opera en todos los animales sociales. Su base selectiva es la misma que en el caso anterior, y cuenta con la ventaja de seleccionar en un mayor número de casos la apuesta ganadora. Cuando debemos acometer una acción o decisión de la que carecemos de experiencia, sobre la que no somos expertos es de "sentido común" recurrir al denominado argumento de autoridad. Es decir seguimos al más sabio o más experto, a menudo al jefe de la manada, en la confianza de que él sabe lo que se hace, o en todo caso está vivo para contarlo. En ausencia de este viejo sabio, aplicaremos el argumento democrático, y tomaremos la decisión más popular. Si nos unimos a una gran manada lo lógico es actuar como ella, pues si han tenido tanto éxito reproductivo será por algo. En ambos casos no necesitamos saber cual es la relación causa-efecto correcta a nuestra tesitura, simplemente el mero hecho de la supervivencia del prójimo es un buen argumento. Sin embargo el pensamiento crítico, y muy especialmente el método científico, rechaza de entrada ambos argumentos, el progreso científico se basa en la idea de todo nuestro conocimiento es erróneo y debe mejorarse, cualquier ley con el tiempo será reemplazada o completada por otra mejor. Un caso extremo es la teoría de la gravedad de Newton, que fue relegada por la más general teoría de la relativad de Einstein. Por eso todas las afirmaciones deben ser falsificables, es decir deben poder demostrarse falsas. Los alumnos deben cuestionar y con el tiempo superar a sus maestros. Pero mucho me temo que en un ámbito más tribal o en una manada, ponerse a cuestionar al jefe puede acarrearte graves consecuencias.

Además encontrar la solución correcta, es un proceso de prueba y error, y en las situaciones prehistóricas, las que configuraron nuestro cerebro, errar suponía, con frecuencia, la muerte. Supongo que los investigadores anteriores del modelo matemático de la conducta supersticiosa (Foster & Hanna Kokko), podrían elaborar otro modelo para analizar qué porcentaje de errores podría cometer una sociedad cualquiera. O dicho de otro modo qué cantidad de escépticos puede tolerar sin comprometer su supervivencia. Obviamente esto ya no rige, tal presión selectiva no actúa, pero evolutivamente es posible que haya actuado el tiempo suficiente para favorecer ese sistema de toma de decsiones. Quizá los resultados de un modelo tal indicaran que para una manda la solución óptima es tolerar un reducido porcentaje de neuronas escépticas, así como mecanismos de transmisión eficaz de sus aciertos.

3.- cuestión de jerarquía: somos sociedades jerárquicas, recuerdo que no estoy hablando en términos históricos ni políticos sino evolutivos. Hemos desarrollado mecanismos de ascendencia social, y estamos dispuestos a pelear por ser el macho alfa, y... el dichoso macho alfa, que te quitaba el bocata al ir a clase, no tolera que se le cuestione. No se me ocurre manera de calcular cuántos escépticos cuestionando el status quo habrán sido objeto de combates a muerte, lapidaciones, hogueras, decapitaciones y cosas de esas que la selección natural tuvo a bien instruirnos. Bajo esta consideración los individuos escépticos tienen una menor probabilidad de éxito, salvo que ellos mismos sean el macho alfa.


Así las cosas, el "irracionalismo" parece tener una honda base evolutiva para haber sido seleccionado evolutivamente, para que los mecanismos neuronales que determinan nuestra conducta supersticiosa, nuestra toma de decisiones y nuestra jerarquía estén inscritos en nuestros genes. Borrar esa memoria genética no es tarea fácil, no es simplemente esforzarnos en pensar con sentido común, no es necesario que hayan ocultas conspiraciones, es simplemente que el sentido común con que nos ha dotado la naturaleza no es el de la razón y lógica, sino el de la supervivencia. Aún así no tengo duda de que es un objetivo loable y alcanzable, pero.. ¡Ay Cándido, hijo mio! me parece que tu mejor de los mundos posibles va a tener que esperar mucho, mucho tiempo más.

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